Al menos cien niños reciben tratamiento cada fin de semana y ya hay en lista de espera un número similar, pues se ha corrido la voz en todo el territorio guerrerense. A decir del médico veterinario Miguel Ángel Alarcón Osorio, cabeza del equipo terapeuta de la policía estatal de Guerrero, los animales logran lo que muchas veces ni la familia ni los profesionales pueden hacer: romper un esquema fijo de compo
rtamiento que en vez de servirle a los niños para comunicarse con los demás, los recluye en su propio mundo. “Está totalmente comprobado que el animal logra despertar el interés del niño y relacionarse con él, lo cual significa muchas veces un primer e importantísimo contacto. Roto el esquema de aislamiento, podrá empezar a incorporar otras conductas a través de la escuela y la familia”, sostuvo.
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La mañana del sábado 10 de enero es radiante, como radiante es la sonrisa de Aída Benítez Cervantes, mamá del pequeño Jesús Manuel. Doña Aída recuerda que hace unos meses su pequeño de cuatro años de edad no caminaba. “Mi niño se arrastraba por el suelo, seguía teniendo gateo y de manera torpe”. Pero sucedió el milagro: a la tercera sesión de convivir con los caballos y los perros de la policía estatal, Jesús Manuel comenzó a dar sus primeros pasos. La sesión dura 30 minutos; Doña Aída dice estar feliz, “es una maravilla ver a mi hijo caminar. Él también está feliz, me lo dice con sus gestos, me lo dice cuando empieza a expresar un ’oh, oh, oh’ que es cuando ya está pidiendo estar con los caballos y los perros. Es la forma cómo se desenvuelve. Ahora él convive con los niños”.
Cristy Janette padece de esclerosis múltiple, enfermedad que la invadió desde hace nueve años. Su vida cambió de manera radical. Tuvo que dejar de estudiar en la Normal de maestros. Su madre Reyna Crispín Honorato pensó lo peor: que habían embrujado a su hija. “Ya no sabía dónde llevarla. Los doctores siempre me decían que su enfermedad era degenerativa, que ya no tenía remedio. Ella caminaba cuando tenía 18 años. Ahora tiene 30 años y no puede hacerlo. Lleva cuatro sesiones con sus perros y sus caballos, porque dice que son de ella. En este tiempo la he visto con más equilibrio, tiene menos temblor. Ella me pide que la traiga, se siente mejor, y veo que le echa más ganas, se sube solita a la bicicleta y ya no necesita que la esté yo apurando. En el caballo no podía sola, tenían que ir cuidándola. Ahora la siento feliz”. Y sí, Cristy está montada en Cirujano. “Estoy bien feliz, sí, me ha servido esta terapia porque siento que he empezado a caminar un poco más y mejor. Me relaja estar arriba del caballo, me da gusto y seguridad. Ojalá y siempre estuviera aquí”.
Yareli Márquez está por cumplir 15 años de edad. Tiene retraso psicomotor, nació con ligamentos cortos, atrofiados, ha estado sometida a varias cirugías para que su mismo crecimiento vaya acorde al funcionamiento de sus ligamentos. No caminaba. En canino y equinoterapia lleva ya año y medio. En una charla breve durante su tratamiento dice estar feliz. “Me gusta estar con Gufy y con Dalia. Me estoy preparando porque tengo muchos deseos de bailar una moderna en la fiesta de mis 15 años y espero que Dalia, mi yegua, me lleve a la iglesia. Yareli se aleja junto con la terapeuta que va guiándola y que le ayuda poco a poco a ir tomando confianza, a que sus piernas adquieran fuerza y sus músculos tomen su tono.
El doctor Alarcón Osorio platica a MILENIO Semanal otro caso. Se trata del de Aída, una niña de cinco años de edad que padecía de ansiedad, timidez y autoestima baja. “Ella tiene un año con nosotros y ahora está en fase adelantada, toma la equinoterapia como equitación aplicada en fase deportiva. No tiene limitación. Mejoró bastante y la terapia la refuerza, ya que el caballo da una sensación de poder, al ser ella capaz de manejar un animal tan grande”.
A la distancia se ve a Chuchito, un niño de siete años que no tiene la mitad del brazo izquierdo ni la mitad de la pierna izquierda debido a una malformación congénita. Pero su estado anímico e intelectual es envidiable: corre con mucha habilidad, juega futbol en el equipo de su escuela y es uno de los mejores goleadores. Si uno lo mira montar a caballo o gobernar a un perro, se asombra de su ingenio.
Por ahí anda Ángel Daniel, también de siete años. Ese pequeño no tenía control de sus movimientos y babeaba abundantemente. A la fecha lleva ya 18 meses en zooterapia. Ahora habla y entiende mejor, aunque aún es difícil arrancarle una sonrisa. Pero cuando mira al perro Gufy o al caballo Cirujano va tras ellos ansioso, queriendo abrazarlos.
Lo mismo desearían hacer decenas de niños en lista de espera. El doctor Alarcón Osorio asegura que se trata de niños con problemas de aprendizaje, con parálisis cerebral, problemas de ansiedad, retraso psicomotor, rebeldía, niños que han sido atacados sexualmente y que por ello han sufrido trastornos. También se atiende a jóvenes con bulimia o anorexia. “En fin, es amplia la gama y todos se pueden acercar a nosotros. No tiene costo, sólo necesitamos certificado médico y ser felices”. En la terapia también trabajan la psicóloga Gabriela Lozana Ramírez y algunas licenciadas en educación especial, como Berenice Nájera Vela. A ellas también les ha cambiado la vida este proceso, pues no sólo los niños sino también los perros y los caballos les han movido fibras y sentimientos. El ambiente natural en donde se da esta terapia, al pie de árboles y montañas de Guerrero las invita, igual que a sus pacientes, a la libertad.
La terapia
Independientemente del padecimiento que tenga cada uno de los pequeños guerrerenses que acuden a canino y equinoterapia, la rutina es prácticamente la misma. El primer acercamiento es visual. A una distancia razonable la madre y el padre del menor piden a su pequeño que mire a la yegua María Bonita o al perro sabueso Gufy. En muchos casos las miradas se encuentran y comienza una relación poderosa; algunos niños incluso se inquietan y van hacia el animal para tocarlo. Otros son guiados por las manos de los policías, las psicólogas o las maestras en educación especial.
Mientras las manos y las miradas de los pequeños se pierden en las formas de María Bonita o de Gufy, se escucha música instrumental llevada por el viento hasta las montañas, pues el corazón de este centro terapéutico está enclavado justo en un pequeño cerro. Allí, para sorpresa y felicidad de los padres, sus niños pueden mirar al cielo azul mientras hacen ejercicios, unas veces sentados en el pasto, otras montados en la silla del caballo. Algunos necesitan compañía pra montar: mientras cabalgan, el terapeuta va moviendo y ejercitando las extremidades de los pequeños.
Sucede lo mismo con la caninoterapia: los niños juegan a tirarle la pelota a Gufy o lo guían subiendo las escaleras, ordenándole sentarse; ellos hacen lo mismo mientras un terapeuta ayuda a desarrollar los músculos del pequeño paciente. Después viene la gratificación para el animal en forma de una lluvia de caricias. El perro mueve la cola y el niño sonríe, aplaudiendo, radiante de felicidad.
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